viernes, 19 de abril de 2013

Fabio y Jacinto, dos sepultureros que lloran con el dolor ajeno

Con su trabajo afirman que ayudan a darles el último adiós a los difuntos.
Previstos de tapabocas, guantes, botas y ropa de trabajo, Fabio Fernández y Jacinto Fernández Rozo, todos los días acuden de madrugada al cementerio El Humilladero de Pamplona.
Ellos tienen la misión de excavar tumbas, sepultar cadáveres, hacer inhumaciones o exhumaciones. Con este oficio han sacado adelante a sus parientes.
En los barrios en donde viven gozan del aprecio de sus vecinos, quienes se les acercan a preguntarles sobre los últimos muertos del pueblo.
Utilizando cemento y ladrillos tapan las bóvedas luego del llanto de los pamploneses cuando entierran a sus seres queridos.
“Sepultamos sueños, ilusiones, vanidades, lujuria y también la miseria de quienes no supieron aprovechar la vida para ser felices”, dijo Fabio Fernández.
De esta actividad fúnebre son protagonistas en la Ciudad Mitrada. Ayer, mientras contaban sus vivencias, empañetaron dos tumbas con la ayuda de palustres y llanas.
Fabio Fernández tiene 10 años de estar ejerciendo de sepulturero. Cuando llegó dice que estaba en el furor de su juventud y desde entonces ha presenciado más de 2.700 entierros.
“Al principio me costó adaptarme por la falta de experiencia. Ahora me considero un experto en el oficio, pero confieso que cuando hay sepelios masivos me tiemblan las manos”, dijo Fabio Fernández.
Él, recuerda que hay momentos donde se deja conmover con el dolor ajeno y a medida que deja que el cemento cubra el amarillo rojizo de los ladrillos, las lágrimas escurran por sus mejillas.
Cuando el cementerio queda en silencio, visita la tumba de su abuelo Antonio Luna.
Otro de los momentos tristes para él es cuando tiene que cerrar las tumbas donde han sido sepultados niños o personas que hayan muerto en accidentes. Dice que son hechos trágicos que calan en su mente.
Jacinto Fernández es el otro sepulturero del Humilladero. Tiene cinco años en el oficio y nunca le ha dado miedo con los muertos.
“De vez en cuando me sueño con la personas que entierro, pero no con temor sino con la alegría de trabajar en un campo santo en el que se encierra el secreto de lo que hay más allá de la muerte”, dijo.
Recuerda que tuvo un sueño en donde estaba haciendo una exhumación de una monja y al día siguiente lo llamaron para que fuera a trabajar en el cementerio.
También le produce dolor hacer el entierro de niños, pues no se explica cómo la vida puede cortarle el camino a un ser que apenas comienza a vivir.
Ambos son devotos del señor del Humilladero y cuando no están tras las rejas del cementerio se encomiendan a las almas para que los cuiden.
Roberto Ospino T.

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